A tus 84 años culminó tu vida biológica, pero no el afecto y las enseñanzas que nos brindaste a tantas generaciones de sociólogos y luchadores por un mundo mejor. Sufriste la pérdida de tu esposo y de tu hijo, pero tus semillas germinaron no solo en tus descendientes sino en todos aquellos en quienes influiste con tu generosidad sin par, con tu saber y tu entusiasmo, con tu militancia por el respeto a los derechos humanos en la APDH. Siempre cultivaste la humildad de las grandes personas y me honra que me hayas depositado la confianza para seguir al frente de tu cátedra sobre El capital. Pero lo que más me enseñaste fue a despreciar la mezquindad, a apreciar el conocimiento y la justicia. Mi mejor homenaje para vos no son estas líneas, sino tratar de emular, en lo que pueda, tu ejemplaridad como persona, como docente y como luchadora. Querida Inés, hoy me despido de tu sonrisa, de tu mirada, pero no de tu recuerdo, que me acompañará por siempre, como a muchos de nosotros. Gracias por todo el amor que nos diste.
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