jueves, 18 de marzo de 2021

El relámpago Maia

Durante casi 72 horas, en una suerte de reality show, gran parte de los argentinos fuimos convocados por los medios de difusión a seguir en vivo la búsqueda de una nena presuntamente secuestrada por un cartonero. Vimos las movilizaciones de vecinos solidarios, cortando la autopista Dellepiane, ministros, policías y personal judicial desplegando las fuerzas estatales para capturar al esquivo cartonero, con probable retraso madurativo, armado de una bicicleta y usando transporte público. El periodismo carroñero, en su salsa, lanzaba diferentes hipótesis: trata de personas, violación, asesinato y otras tragedias. No faltó enjuiciamiento a la madre, por ser adicta. Entre tanta especulación, y ante la falta de novedades, en alguna pantalla se mostró el lugar en que vivían Maia y su mamá: una especie de carpa atada al tronco de un árbol. Fue como un relámpago en una noche oscura: iluminó plenamente, pero sólo duró un instante. Si bien se habló, ineludiblemente, de inequidad, de pobreza extrema, la falta de teoría era muy notoria. Nadie puede responsabilizar al periodismo por carecer de teoría social; tampoco abunda entre quienes se dedican profesionalmente a las ciencias sociales. Eso hace necesario que veamos las dos caras del asunto.

 

Lado A

Una nena de siete años fue raptada por un cartonero. La madre hace la denuncia, pero le cuesta ser escuchada por las autoridades. Cuando se hace efectiva, se han perdido valiosas horas. Al día siguiente, y bajo la presión de la movilización de vecinos, que cortan un acceso a Capital, más la presencia de los medios, aparecen imágenes del secuestrador y la nena, andando tranquilamente por la ciudad, tomando un tren, pidiendo en comercios. Todos se preguntan por la eficacia policial, esperando que lo capturen al segundo. Incluso se increpa a las autoridades por la ineficacia en la cacería. Urge la punición ejemplar para con el presunto abusador, del que hay diversas historias de antecedentes que validarían esa especulación. Finalmente, hoy a la mañana dan con el sujeto, y Maia, sin aparentes lesiones, es rescatada. Gran alivio general, orgullo de funcionarios que explican su eficacia en la cacería, el “degenerado” preso. Y, como frutilla del postre, cuando se le preguntó a la nena qué quería, pidió una hamburguesa (un verdadero manjar para ella, seguramente) y de inmediato aparecieron tres personas con cinco enormes bolsas de McDelivery y un mensaje manuscrito: “Para Maia”. El reality show se convertía, en su final, en un show bussines. Tras ello, encendidos (y, en gran parte, sinceros) pedidos de tomar conciencia sobre la situación de pobreza extrema. Pase de facturas entre políticos. Y todo se retroalimentará en los canales usuales. (Como una suerte de ironía, en los medios de difusión se la comenzó a llamar “menor M”, ya que dar su nombre sería vulnerar sus derechos…)

 

Lado B

Un sujeto invisible, indocumentado, con tres registros en la provincia de Buenos Aires, invisible aun físicamente, porque puede moverse a la luz del día que nadie lo ve, se lleva a una nena igualmente invisible, no visible para la escuela, a la que no asistió nunca, no visible para los transeúntes que seguramente la cruzaban cuando acompañaba a su madre (tan invisible como ellos) a cartonear. Todos invisibles para todos, menos para otros invisibles: sus vecinos, los que organizaban el comedor comunitario, esos despreciables “planeros”. Como diría Galeano, los “nadies”.

Por lo que se sabe, la madre sería adicta a las drogas. Sería lo más razonable. No se me ocurre otra forma de soportar esa vida, si no es bajo el efecto de narcóticos. La drogadicción, en estos sectores, no es un problema; es la única solución para afrontar lo que no tiene solución para ellos, que es la miseria extrema. Por su parte, el “malhechor” sería alguien con retraso madurativo, lo que antes se llamaba retraso mental. Si así fuera, también encuadraría con su condición de haberse (según declaró una tía suya) criado como pudo, durmiendo en alcantarillas y viviendo en la calle desde niño, ya que su madre no podía hacerse cargo de los once hijos. ¿Se le puede exigir racionalidad y respeto normativo a quien se socializó en las cloacas? ¿Se le puede exigir una ética basada en valores “universales” a quien ha construido valores en una pelea cotidiana con el hambre (no metafórico), en la cual habitualmente perdía?

Una hipótesis razonable que alguien dijo en un medio, es que podría tratarse simplemente de algo que el sujeto nunca valoró como transgresión de ningún tipo: se llevó a la nena con permiso de la madre, y el tiempo con la nena no sería una variable pertinente; la tendría con él de manera indeterminada, pero no para “quedársela”, sino hasta que, por efecto de su trashumancia, se cruzase nuevamente con la madre de la misma.

Pero nada de esto será, siquiera, examinado. Con el tipo preso está resuelto el problema. Y a la nena, además de las hamburguesas de McDonalds, posiblemente se le consiga alguna solución puntual para ella y su madre. Con el tiempo los debates sobre la pobreza pierden fuerza, otra noticia desplaza el foco de atención, y todo vuelve a la normalidad.

 

En síntesis

Pero no se ha tocado el verdadero problema. ¿Podemos escandalizarnos por la pobreza, sin escandalizarnos por la riqueza, que es la otra cara de la moneda? Discutimos sobre la eficacia de las agencias gubernamentales, de las políticas, sin advertir que nada puede tener eficacia cuando está montado sobre un eje falso. Si no se cuestiona la estructura, de nada vale cuestionar los matices. Y no se puede discutir lo que no se nombra. Si tiene cuatro patas, mueve la cola y ladra, no es “un bicho”, es perro. Si hay pobreza creciente y riqueza creciente, no es “injusticia”, es capitalismo. Pero, como decía Bertolt Brecht, el capitalismo es un caballero al que no le gusta que lo llamen por su nombre.

Si naturalizamos el capitalismo, ningún cambio es posible. Nos han hecho creer que el capitalismo es la única forma de sociedad viable. Y a muchos sectores que cuestionan las desigualdades, le han concedido la rebeldía de usar la “e” para “incluir”… Es hora de ponerse a pensar seriamente en los cambios sociales imprescindibles.